Jesús y algunos de Sus discípulos acababan de tener una extraordinaria experiencia en la transfiguración del Señor. Pero al
descender del monte se encontraron con los
demás discípulos tratando infructuosamente
de liberar a un joven de los demonios que lo
acosaban. Al ver su padre a Jesús, sin dudarlo acudió al Señor para que libere por Su
misericordia a su hijo de la tormentosa vida
que llevaba. Minutos después, Jesús le expresó a Sus discípulos Su enojo y Su desagrado por aquel fracaso. ¿Qué había sucedido? A los discípulos les faltó fe, tal como
muchas veces nos sucede a nosotros. “¿Tendré acaso el poder y la autoridad de echar
fuera demonios?”, nos preguntamos. Si creemos y hacemos propia la autoridad que Dios
nos da, “todo” lo que le pidamos al Padre en
el nombre de Jesús, será hecho. ¡Y cuanto
más cuando hablamos de salvación, sanidad,
milagros, para que toda persona conozca a
Jesús y sea salva!
En Lucas 10:19 el Señor nos confirma
el poder y la autoridad delegada: “He aquí os
doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada
os dañará”.
El Señor se agrada y Su corazón se llena
de felicidad cuando tomamos esta palabra y
la ponemos en obra; cuando a través de esta
declaración la gente es salva y sana. Por eso,
cada vez que consolides a una persona nueva,
además de darle amor, ejercé autoridad. Atá
al enemigo, a los espíritus que la oprimen,
y proclamá palabras de libertad, bendición y
salvación sobre ella y su familia. El Señor se
alegrará por esa salvación y tu recompensa
será abundante.