El perdón no es una opción sino una
ley, una regla de vida dentro del Reino de los
cielos. En primer lugar, necesitamos buscar
nuestro propio perdón. Dice la Palabra:
“confesaos vuestras faltas unos a otros” para que
Dios ponga Su perdón sobre nosotros. Necesitamos confesar nuestro pecado, reconocerlo, arrepentirnos, pedir perdón y buscar ser
libres de él. Es mejor hacerlo con Jesús que
caer en manos de impíos, como le sucedió a
Caín. Por no confesar, por sus celos, su envidia, terminó siendo un homicida. Por no reconocer aquello que Dios le estaba señalando,
destruyó su propia vida. Dios le había dado
oportunidades de cambiar su actitud, su corazón, para que Dios derramara Su favor sobre
él, pero no lo hizo.
Por otra parte, además de pedir perdón,
también debemos tener en cuenta nuestra
actitud de perdón hacia los demás. En Mateo
18 Dios nos enseña a no castigar a la gente por lo que nos hizo, ya que nosotros mismos fuimos perdonados por Dios millones de veces más. Cita la Palabra: “el Padre así los
tratará a ustedes, a menos que perdonen de
corazón a su hermano”.
Hay un perdón mental, intelectual, y
hay un perdón del corazón donde nuestras
emociones son liberadas. Si no perdonamos,
seguimos frustrados, airados, resentidos y
expuestos a los verdugos. ¡La falta de perdón
enferma nuestro cuerpo!
a sangre de Cristo nos habla de perdón
y nos limpia de todo resentimiento y pecado.
Ayudemos al pueblo de Dios a cumplir esta
ley espiritual del perdón; ayudemos a la gente
a perdonar. ¡Seamos reparadores de brechas!
Animá a las personas a decir: “Te perdono.
Libero mi corazón y mis emociones, y recibo
el perdón de Dios”.