Cuando una persona recién acepta al
Señor, deja entrar en ella la semilla de la
salvación, pero aún no recibió el Evangelio
completo; ahora necesita comenzar a crecer.
En primer lugar debemos afirmarlo en su fe
y luego formarlo como discípulo. La parábola
del sembrador cita que una parte de las semillas cayó entre pedregales (v. 5). La persona
nueva está feliz de haber conocido al Señor,
se siente perdonada y sabe que tiene a Dios,
pero todavía no tomó decisiones fuertes de
consagración y hay muchas cosas que aún
no les fueron reveladas. Si esta persona recién convertida enfrenta una lucha muy fuerte como la enfermedad de un ser querido o
una pérdida, sentirá que no tiene suficientes
raíces para sostenerse en la fe. Y es entoces
cuando el trabajo del consolidador es fundamental. Cuando este trabajo es llevado a
cabo con amor, pasión, compromiso y entrega veremos en cada convertido mucho fruto.
El pasaje en Mateo sigue explicando que
otra parte cayó entre espinos (v. 7). El peligro
es que junto con las bendiciones de la Palabra y la formación del carácter de Dios en la
persona, también comiencen a crecer pequeños espinos peligrosos: el orgullo, la avaricia,
el carácter violento, etc. Aquí el discipulado
tiene una vital importancia. El consolidador,
el mentor necesita estar cerca, ayudándole al
nuevo creyente a descubrir esas actitudes y
acciones que lo hacen desdichado. Esto evitará que los espinos crezcan al punto de ahogar la planta y dañar el fruto que el Señor con
tanto amor espera. Debemos consolidar a las
personas hasta que echen raíces, y luego enseñarles la pureza y la integridad de la vida
cristiana hasta que sean muy buena tierra.
Sugerencia Práctica
¡Aprovechá esta maravillosa oportunidad
de evangelizar a tus seres queridos!