Todo lo que hagamos por el otro, por amor, tiene recompensa. Toda acción tendrá fruto. Nada de lo que hagamos pasa desapercibido por el Señor. Una recompensa es un premio, un regalo por lo que hacés cada día, por el servicio que en el nombre de Dios brindás al necesitado, al que está en sufrimiento. El premio es el resultado del servicio que hacés por Dios.
Dice la Palabra: “Hagamos tesoros en los cielos donde nadie puede romper ni corromper”. Busquemos ser ricos en recompensas con una actitud de servicio. Para servir no necesitás ningún título, sino solo tener un corazón dispuesto, lleno de amor para dar una palabra, un consejo, una verdad de Dios que los haga salvos y sanos. Servir es dar a los demás, y el servicio te hará grande y te traerá recompensa. No importa si la persona te agradece, no importa si el otro no te da las 'gracias', el Señor sí lo hará. ¡Dios es fiel y justo, y Él te recompensará por todo tu esfuerzo! Dios mismo lo dijo: Él no vino a ser servido, sino a servir.
Seamos espirituales y veamos nuestra vida desde la óptica de la eternidad: tendremos regalos y premios en el cielo que durarán toda la vida, pero también los tendremos aquí en la Tierra. No te sientas mal por pensar en recibir el premio, ¡a Dios le agrada que apuntemos a la recompensa!
Es tiempo de darnos cuenta de que hay recompensa por servir a Dios. Él recordará nuestra fidelidad y soltará recompensa doble por todo nuestro esfuerzo y servicio. Un anticipo lo viviremos aquí en la Tierra, y el resto lo traerá el Señor cuando venga a buscarnos. Su recompensa vendrá con Él para ser entregada a cada uno según su obra. ¡Serví con amor, con agrado, con pasión y con felicidad, por amor a Dios y al otro.