Jesús desarrollaba Su ministerio sin revelar quién era Él, y eso era porque porque
el reconocimiento de Su deidad y de Su obra
tenía que venir por revelación y no por convicción. Si Él hubiese dicho: “Miren los milagros
que hago, ¡Yo soy Dios!”, podría haber convencido a muchos, pero “convicción” no es lo mismo que “conversión”. La convicción es mental
y se radica en el alma, mientras que la conversión afecta a nuestro espíritu, despertándolo
y dándole vida. Cuando Jesús les preguntó a
Sus discípulos quién decía la gente que era Él
estaba testeando si el Espíritu Santo ya se los
había comenzado a revelar. Luego, les hizo la
misma pregunta a los discípulos. La respuesta
de Pedro confirmó que la revelación había comenzado, y que por lo tanto, se empezaban a
activar las bendiciones del Reino. “Bienaventurado eres”, le respondió a Pedro, porque
nadie puede ser feliz hasta que no conoce a
Jesucristo por revelación del Espíritu Santo.
Y ahora que tenía esa revelación, el Señor le aseguró a Pedro que le entregaría las llaves del
Reino. La persona que nació de nuevo tiene la
revelación de la persona de Cristo, y en consecuencia, tiene libre acceso al Reino. Inmediatamente después, Jesús le indicó a Pedro
cómo debía accionar esas llaves (“todo lo que
atares...”). Cuando predicamos el Evangelio, el
Espíritu Santo revela el señorío y la deidad de
Cristo a las personas para que se conviertan.
Cuando le entregan su vida a Cristo ellas reciben las llaves del Reino, las cuales podrán ser
usadas en la medida en que vayan madurando (Gálatas 4:1).
En estos días de Invasión, es necesario
que las personas sepan que si Cristo se revela
en ellas, también van a tener acceso libre al
Reino de Dios.
Sugerencia Práctica
Esta noche comienza la vigilia.
Anotate en un par de turnos para orar.